Se han acelerado las tendencias relacionadas con la cuarta revolución industrial, sobre todo en lo que se refiere a la digitalización de las organizaciones. También, la recesión económica y su impacto en sectores de la población -ya de por sí muy vulnerables- se convierten en un gran factor de desestabilización social. Por ello, la transformación digital, la adopción de la inteligencia artificial y las plataformas digitales constituyen no sólo una gran oportunidad, sino también un reto enorme para la gestión de las organizaciones del siglo XXI. Estos han sido los puntos que se han abordado durante la segunda de estas conferencias, titulada ‘Conexión con el trabajo: hackeando el futuro’, que ha profundizado en los efectos de la crisis de la COVID-19 sobre los procesos de digitalización de los entornos de trabajo y en los retos que presenta desde el punto de vista organizativo, de la cultura del trabajo y de las competencias y habilidades, así como el acceso desigual a las nuevas oportunidades.
Con la participación de Álex Díaz, CIO & Service Excellence director de ISS Facility Services; Enrique Santiago, director territorial de Empresas y Administraciones Públicas en Catalunya de Telefónica, y Liliana Arroyo, especialista en innovación social digital y responsable del Comité Científico de Reshaping Work Barcelona, y la moderación de Sonia Ruiz, del Instituto de Innovación Social de Esade. Durante el encuentro se debatió sobre cómo la digitalización y la automatización pueden ser palancas de innovación, cambio y revalorización del empleo, y sobre los riesgos derivados de las desigualdades en el acceso a la tecnología.
El ritmo de la adopción de la tecnología y de la transformación digital de las organizaciones es un proceso irreversible que la COVID-19 ha acelerado y ha catalizado de forma exponencial en muchas áreas y sectores. Se estima que la digitalización que se ha producido en los primeros tres meses de la crisis sanitaria en las compañías, en condiciones normales habría tardado 4-5 años en llegar. El hecho de que la automatización permita evitar el contacto, en un momento en que se requiere distanciamiento social y medidas de estricta higiene para garantizar la salud y el bienestar de los empleados, es un indicador que nos permite aventurar que su adopción se va a acelerar en el futuro inmediato. “La tecnología ha sido -y es- una gran aliada en la lucha contra la COVID-19, que ha tenido un efecto claro en la transformación digital de nuestra empresa. Todas las empresas teníamos ya programas de transformación digital, pero la pandemia ha propiciado un salto que ha superado todas las expectativas, acelerando procesos como la digitalización de los documentos y de los procesos; aplicaciones corporativas en la nube y las videoconferencias, que se han convertido en esenciales para toda compañía”, según afirmaba Díaz durante su intervención.
La crisis de la COVID-19 ha significado un cambio radical en el uso y en la gestión de los espacios de trabajo, pero también en la cultura y en la gestión de las organizaciones. Seguridad y transparencia serán dos de los factores más relevantes en la gestión de los espacios de trabajo en el futuro en los que, cada vez más, se percibe un cambio de actitud con respecto a los espacios y a la presencialidad. Al mismo modo, el impacto de la tecnología en los procesos y en los protocolos también está afectando la manera en que se gestionan los equipos y los proyectos, e incluso su composición.
El trabajo en remoto y la reformulación de los espacios físicos del trabajo implicarán nuevas maneras de trabajar y de gestionar las organizaciones, pero también requerirán nuevas habilidades y competencias a todos los niveles. Si la alta dirección de la empresa no comprende las oportunidades potenciales que puede ofrecer la tecnología, difícilmente podrá liderar el rediseño y la adaptación de su organización a ella. Lo mismo sucede con la gestión de los equipos y su motivación. “Hay que entender y aceptar que los espacios son distintos y ayudar, potenciar y convertir en evangelizadores a quienes han adoptado las tecnologías de manera natural; y, a los que han tenido más dificultades, ayudarles con programas de actualización (‘upskilling’), que les ayuden a acabar de dar ese salto”, afirmaba Santiago.
A medida que avanzamos en la recuperación postpandemia, resulta más evidente que la “nueva normalidad” laboral ha cambiado. Esta nueva coyuntura supone un desafío enorme para las personas, las empresas, los gobiernos y las entidades educativas, en términos de actualización de competencias y habilidades o de recapacitación, lo cual a menudo implica un cambio de rol o incluso de sector. Trabajadores que hayan perdido su trabajo deberán adquirir nuevas aptitudes y competencias para encontrar los nuevos empleos que requerirá el mercado. Por su parte, las empresas deberán invertir en formación para posibilitar que sus trabajadores adquieran las aptitudes necesarias, o para mejorarlas. Y, sin duda, los gobiernos y las instituciones educativas tendrán el reto de repensar cómo ofrecer programas de formación y capacitación para garantizar que los ciudadanos en edad laboral estén preparados para un futuro digital. Se trata de un reto social inmenso, que nos debería llevar a reflexionar si tenemos el tipo de educación y de formación más adecuados para gestionar los futuros empleos.
Si bien la tecnología nos ha permitido mantener una cierta normalidad y continuidad en nuestras vidas, también ha puesto de manifiesto las desigualdades de acceso a ella y el tipo de trabajos que se han podido adaptar al mundo en remoto. El reto que nos encontramos ahora es intentar que la brecha digital no se convierta en una brecha social sin precedentes. Debemos asegurarnos de que todos los sectores de la sociedad puedan tener acceso a este futuro, a estos nuevos tipos de trabajo y a la educación necesaria para ello. Y que este acceso no quede reservado a una minoría. En palabras de Arroyo: “es fácil pensar que esta digitalización ha sido masiva y universal, pero nos estamos olvidando de que, con esta crisis y con esta pandemia, también han crecido las desigualdades y han surgido otras nuevas. Principalmente, han crecido tres brechas: la del acceso a los dispositivos tecnológicos; la brecha de red, relativa a la conectividad; así como la del uso y la calidad de uso, la cual abarca la capacidad de poder utilizar la tecnología y de ponerla al servicio de las nuevas oportunidades.”
Fuente: https://www.corresponsables.com